Comienza la década del ’60, y una chica llamada Dora llega a la Argentina a la caza de criminales de guerra nazis. Ese es apenas el punto de partida de la saga de Dora, del joven historietista de Flores Ignacio Minaverry, que acaba de editarse en un volumen llamado sencillamente Dora, Número 1, 1959-1962 y que es tan fascinante como encantador.
Por Martín Pérez
Chicas, monoblocks y tanques de agua. Dice Ignacio Minaverry que no se olvida que el maestro José Luis Salinas decía que hay que dibujar de todo. Pero confiesa que estaría encantado si pudiese hacer una historieta dibujando sólo esas tres cosas. “Aunque sería un poco vago, ¿no?”, agrega con una sonrisa el autor de Dora, una historieta con todas esas cosas. Y algunas más, claro está. Como criminales de guerra nazis y espías dedicados a cazarlos, amateurs o no. Publicados inicialmente por entregas en la revista Fierro durante casi dos años, los dos primeros capítulos de Dora –la saga del alumbramiento de una joven espía, que promete ser de largo aliento– se acaban de compilar en un apasionante y encantador volumen titulado sencillamente Dora, Número 1, 1959-1962 (Editorial Común). En ellos se cuenta la historia de cómo Dora comenzó a reunir su amplio archivo de nazis en Berlín, y luego cómo viajó de su hogar en las afueras de París –donde fue reclutada por un espía israelí– hacia el pequeño pueblo argentino de Vivar, intentando descubrir a Mengele. “Cuando empecé a pensar en la historia de Dora, arranqué imaginándola como una espía misteriosa, de la que el lector sabía muy poco”, explica Minaverry, que llegó a esta trama de espías luego de intentar escribir unas historietas sobre la Segunda Guerra Mundial. “No quería comprometerme mucho con el personaje, pero después empecé a trabajar en el capítulo donde prácticamente comienza su historia, en Berlín, y los protagonistas empezaron a estar más delineados... (continúa)
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